viernes, 6 de marzo de 2009

Chiapas y el dinosaurio

Enrique Alfaro / Columna Rumando





En Chiapas creíamos que el dinosaurio había sido herido de muerte, pero sigue allí. A 80 años de fundado el Partido Revolucionario Institucional, a doce años de haber perdido la mayoría en el congreso federal y a nueve de que fuera derrotado por primera vez en comicios presidenciales, las tendencias electorales favorecen al tricolor en las elecciones intermedias de las que saldrá conformada la próxima cámara de diputados.
Quienes desde el sureste combatimos al partido de Estado, vimos sorprendidos la irrupción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y el decaimiento del priato. Los medios dieron cobertura a las condiciones sociales en que se encontraban los indígenas de Chiapas y del resto de México, y el país se avergonzó de los gobiernos priístas y del partido que los sustentaba. En Chiapas se llegó al momento en que ser priísta era una vergüenza y Santo Domingo era un parque fantasmal digno de Comala.
Tras el levantamiento se efectuaron elecciones para gobernador bajo un clima de tensa paz, proceso electoral que resultó enturbiado hasta la saciedad por el priísmo local y nacional. Por primera vez, el perredismo y el zapatismo, aliados alrededor de la candidatura del periodista Amado Avendaño, consiguieron poner en duda el triunfo del tricolor en una entidad emblemática por ser “la reserva nacional de votos del PRI” y cimbraron al viejo sistema. Y el panorama electoral del Partido Revolucionario Institucional pareció oscurecer para siempre y los demócratas celebramos.

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Esta coyuntura fue bien aprovechada por oportunistas como Pablo Salazar Mendiguchía que, convertido en un priísta crítico de su partido y de su presidente, ganó prestigio en los mares del descrédito tricolor. Su liderazgo construido a base de severas diatribas en contra Zedillo y de la dirigencia local y nacional del PRI, le permitió mudar con éxito a la oposición para encabezar una alianza que solo en Chiapas fue posible construir: Unió a los partidos Acción Nacional y de la Revolución Democrática en una coalición que incluyó a seis partiditos más para derrotar al PRI en las elecciones locales.
El discurso incendiario del senador Salazar en contra del viejo régimen que se resistía a cambiar sonaba a música a los oídos del candidato presidencial panista, Vicente Fox, que inmediatamente después de su triunfo se lanzó en apoyo de quien sostenía que había que darle “la puntilla al tricolor desde Chiapas” y evitar que se reconstruyera en el sureste con el apoyo del “sindicato de gobernadores” que, tras la derrota nacional, tomaban ya el liderazgo priísta. Y celebramos lo que parecía el funeral del partido de Estado.
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Y llegaron los panistas al poder y aceptaron gobernar bajo las reglas priístas para su comenzar a edificar su propio fracaso.

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Por su parte, el zapatismo que desnudó al poder imperial priísta, que mostró el fracaso social del viejo sistema, tomó distancia del Partido de la Revolución Democrática en las repetidas campañas de Cuauhtémoc Cárdenas y se aplicó activamente en contra de la candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador. El subcomandante Marcos, ícono de la lucha social, el guerrillero antipriísta, favoreció irremediablemente al PAN con sus críticas –muchas de ellas cargadas de razón– contra el nuevo líder carismático, contra “el peje” mesiánico. Ya antes, el abstencionismo zapatista favorecía a los candidatos priístas en Chiapas. Tras cada elección, la dirigencia local del PRI celebraba en privado la actitud de los alzados. Así, ante los ojos de la nación, el EZLN favorecía directa e indirectamente al priísmo que había desnudado.
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En su momento, Andrés Manuel López Obrador encabezó una campaña que no se cansó de derrochar el apoyo popular. Fue un candidato casi “indestructible” para sus enemigos, pero débil ante su propia arrogancia e indefenso ante sus excesos.
En Chiapas fuimos testigos de la alianza de AMLO con Juan José Sabines Guerrero, quien renunció al PRI para ganar la gubernatura bajo el emblema del sol azteca. Así llegó el tiempo del triunfo de los chuchos y la derrota interna de Andrés Manuel en el PRD.
Los medios que se ensañaron con AMLO, repitieron tanto el estribillo que se cumplió: El hombre que ha llevado a la izquierda a los cuernos de la luna, será el mismo que la sepulte.
¿Qué papel juega ahora AMLO en la entidad? Su hermano Pío es candidato del Partido del Trabajo y Convergencia a diputado federal sin tener mayores posibilidades de triunfo, pese al apoyo de cuerpo presente de Andrés Manuel. Los votos que consiga el peje para su hermano servirán para fortalecer al PT y convergencia, ese remedo de partido administrado por Dante Delgado Rannauro a quién los chiapanecos recordamos como el personaje que tras el levantamiento zapatista se presentó a nombre del gobierno federal, con maletas de dinero, a comprar voluntades y conciencias de líderes sociales. ¿Eso acaso ya se olvidó?

En la entidad, a falta de liderazgo priísta en la titularidad del poder ejecutivo, los precandidatos del tricolor son agentes de aspirantes a la candidatura presidencial, del coordinador del senado o gobernadores de otras entidades con aspiraciones nacionales futuras. Evidentemente, el gobernador esta frente a una disyuntiva.
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Hoy, López Obrador apoya al PT-Convergencia en detrimento del PRD, de la izquierda. Esto indudablemente favorece al PRI, que puede agradecer al tabasqueño –que los exhibió por el escandaloso fraude que significó el rescate bancario– su actual actitud.
En Chiapas, como en ningún otro estado, hemos visto levantamientos armados, revueltas sociales y aguerridas campañas electorales de panistas y perredistas, juntos, en contra de viejo partido de estado que ahora se apresta a regresar al poder, gracias a la arrogancia de líderes de izquierda y a la incapacidad panista en el poder.
El dinosaurio que combatimos desde Chiapas nos engulló y sigue allí, celebrando la actitud de Marcos, los chuchos, AMLO, Fox, Felipe y muchos otros. ¿Qué celebraremos? ¿Qué harán los priístas que emigraron a otros partidos?