martes, 9 de junio de 2009

¡No a los acólitos crispados!

Enrique Alfaro / Columna Rumando

Quienes critican agresivamente el llamado al abstencionismo activo, pasan por alto que hoy gracias a este heterogéneo movimiento civil se discuten valiosas mecanismos para lograr una mayor representatividad de los ciudadanos en los órganos de gobierno, más allá de la partidocracia, mediocracia y partidofobia.
La clase política mexicana ya mostró preocupación ante la proliferación y profundización de la discusión sobre su ineficiencia y poca representatividad. La corriente anulista ha conseguido se sostenga una amplia e imaginativa discusión sobre la mejor manera en que la ciudadanía debe canalizar su hartazgo y eso representa un triunfo desde ahora.
Muchos de los que advierten intereses mezquinos y aviesos detrás de esta polémica desearían que fuera una discusión crispada entre acólitos a favor y en contra del sistema y las instituciones. Por el contrario, la gran mayoría de los participantes que abordan esta propuesta ciudadana actúan de manera responsable. Los beneficios y perjuicios de toda proposición son parte obligada del análisis.
El peso de algunas personalidades que apoyan decididamente las acciones que contribuyan a reconfigurar nuestra democracia disfuncional, causan un doble efecto:
a) permiten mantener la seriedad y altura del tema y sus alcances, desde distintas ópticas que apoyan o critican objetivamente.
b) Y provocan descalificaciones interesadas de quienes se asumen salvadores de las instituciones ó exorcistas del diablo del hartazgo.
Quienes creemos saludable continuar abordando el tema de la falta de representatividad y legitimidad de los partidos políticos, de la ineficiencia y corrupción de la clase política mexicana, debemos ser cuidadosos de mantener los propósitos en claro, teniendo presentes los intereses oportunistas de los poderes fácticos del país.

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Horizonte político / Excelsior / 08-Jun-2009
José A. Crespo
Masoquismo electoral


Mientras el abstencionismo refleja inconformidad, desmovilización y hastío, el voto nulo implica deseo de expresarse, de hacer visible la inconformidad, de presionar al sistema de partidos para que se abra y democratice. Con todo, un argumento muy persuasivo y recurrente de quienes promueven el voto partidista (es decir, por alguno de los partidos registrados, nos gusten o no) es que no será eficaz. En primer lugar, dicen, porque la Cámara baja de cualquier manera se instalará con sus 500 diputados. ¡Pues qué mejor! Al menos en lo que a mí respecta, lejos estoy de pretender que no se instale dicha Legislatura, la cual espero sea lo suficientemente perceptiva para entender el descontento ciudadano y la actual crisis de representación política, y actúe en consecuencia con el fin de superarla. Pero también creo que, para que eso suceda, debe enviárseles un claro mensaje de inconformidad (que no se potencia con la abstención ni con el voto partidista). Y de ahí el siguiente argumento contra la eficacia del anulismo: los partidos —nos dicen los sufragistas pro partido— son cerrados, cínicos, autistas e impermeables y desdeñosos de los mensajes y reclamos de la ciudadanía, pues se hallan concentrados en su respectivo interés y en su rebatinga por el poder. En efecto, casi todos pensamos algo semejante de los partidos. Según la última encuesta de Gobernación (de 2008), sólo 4% tiene plena confianza en los partidos y apenas 10% cree que los congresistas legislan pensando en sus representados.
Pero, de esa premisa, los promotores del voto partidista pasan a la conclusión de que más vale ir a la urna y votar por quien uno quiera (aunque no se quiera a ninguno). Extraño silogismo. Si asumo que los partidos, de manera irremediable, son ciegos y sordos a los electores, lo más lógico sería la abstención en lugar de votar por alguno de semejantes autistas. Por eso mismo, muchos de quienes abrigan esa mala imagen de los partidos tienden de plano a abstenerse como una forma de desesperanzado rechazo o de una como claudicación al juego partidista-electoral. Escribe, por ejemplo, Joel Ortega, histórico militante de la izquierda: “Si uno va el 5 de julio a las urnas, aunque anule el voto… termina haciéndose cómplice de todo un sistema de simulación… No puede haber medias tintas. O la gente manda a volar a la partidocracia, utilizando la poderosa arma del desdén a su simulación (la abstención) o vamos como borreguitos a legitimar una partidocracia decadente” (Milenio, 30/V/09)…

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Anudemos el voto / Excelsior / 08-Jun-2009
Agustín Basave


No es cierto que los partidos estén desvinculados de la sociedad: son su producto. Algunos de los nuestros premian o solapan políticos corruptos porque el hacerlo no les acarrea un castigo en las urnas. En cambio, los de las democracias maduras afrontan consecuencias políticas, si no legales, cuando se destapa alguna cloaca y hay sospechas fundadas de la corrupción de alguno de sus militantes. Si no va a la cárcel, su carrera se trunca. Se le remueve de su puesto en el gobierno o en la dirigencia de su organización política y no se le vuelve a postular a un cargo de elección popular. La decisión no se toma necesariamente por un prurito ético sino por conveniencia: el votante pasa facturas. Claro, eso ocurre en el primer mundo, donde la excepción italiana confirma la regla europea, o gringa o canadiense o australiana o japonesa. En México no. Aquí hay muchos personajes impresentables que siguen siendo presentados. Pueden hacerlo porque el electorado lo tolera.
Una irritada opinión pública deturpa cotidianamente a los partidos. Existen dos tipos de irritaciones: la de quienes no se sienten representados por ninguno y los rechazan a todos por sus corruptelas y la de quienes quieren un nuevo sistema político o partidista. Los medios electrónicos difunden profusamente ambas en su afán de revertir la reciente reforma electoral, que con la prohibición de comprar tiempos para propaganda les hizo perder mucho dinero y un poco de poder. Los medios no crearon la indignación social, ciertamente, pero la alientan y la esparcen. Y magnifican los defectos de la reforma. Las voces que por convicción protestan contra lo que consideran una limitación a la libertad de expresión, o contra lo que juzgan censura, caen como lluvia de hastío en la tierra fértil de una ciudadanía predispuesta contra nuestra carísima partidocracia.
Esa combinación de búsqueda de representatividad y reformismo está resultando fecunda. El resultado es una serie de manifestaciones de inconformidad que coinciden, en su mayoría, en la idea de anular el voto. La lógica es correcta: hay que mostrar a los partidos que estamos decepcionados de ellos. Hay que ir a la casilla el 5 de julio y dejar en blanco o cruzar toda la boleta para que un alud de votos nulos mande el mensaje. El problema es que nuestro sistema electoral no es absoluto sino relativo —se basa en los porcentajes de votación y no en la cantidad de votos— y no penaliza el abstencionismo. Un ejemplo: si en un distrito hubiera 100 mil votantes registrados y 99 mil 994 anularan su sufragio pero tres votaran por el PRI, dos por el PAN y uno por el PRD, el candidato priista sería diputado con todas las de la ley y cada uno de los partidos abonaría a la misma cantidad de diputaciones plurinominales y acabaría recibiendo el mismo dinero en prerrogativas que si el resultado hubiera sido 50 mil votos para el PRI, 33 mil 333 para el PAN, 16 mil 666 para el PRD y una abstención. Aunque a mi juicio debería haberlo, nada hay en el Cofipe que supedite la validez de la elección a un nivel mínimo de participación o que les quite a los partidos representación o recursos por una baja afluencia de electores…

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La marejada abstencionista
Día con día / Milenio
Héctor Aguilar Camín


La ola abstencionista toma rumbo de marejada y empieza a preocupar a las autoridades, a los partidos y al IFE, que arranca esta semana foros para debatir, en realidad para combatir, la idea de la abstención en julio.
Ya eso está bien: que los autores de la reforma electoral pasada y sus beneficiarios tomen nota de que algo serio se desarregló con ella en el corazón mismo de la confianza ciudadana.
Distintos observadores ven en la marejada una típica equivocación de medios y fines: los abstencionistas darán el poder a quienes menos quieren dárselo, a los candidatos y partidos con mayor posibilidad de movilizar su voto duro, en una contienda que, dada la abstención, se parecerá más al acarreo y el clientelismo de viejo cuño que a la fiesta democrática de electores libres.
Creo que la ola abstencionista podría ser constructiva, y hasta catártica, si adquiere banderas y encuentra la forma de ponerlas en la agenda nacional.
Una manera de hacer esto sería que los distintos focos de promoción abstencionista escogieran consignas precisas, de preferencia no más de tres, y diseñen un mecanismo para hacerlas visibles el día de la elección.
Tres consignas podrían ser: 1.Terminar con las candidaturas plurinominales, 2. Instaurar la reelección, 3. Establecer candidaturas independientes.
Respecto del mecanismo para hacerlas visibles, pienso que pudiera emitirse por internet una convocatoria para que el mismo día de la elección se reúnan físicamente, en los puntos canónicos de cada ciudad, los ciudadanos abstencionistas, con sus pancartas exigiendo lo que exigen.
Es probable que esos mítines horizontales, hechos en cada ciudad a partir de la simple concurrencia ciudadana, se vuelvan la noticia del día de la elección, y establezcan así, en los medios, el principio de una agenda legislativa para los políticos electos ese día.
Si todo esto sucediera, el abstencionismo activo adquiriría la forma de una demanda política clara y tendría una expresión física en calles y plazas, una presencia tangible que pudiera resultar abrumadora, aun si no son muchos los que se reúnen en cada lugar. Serán una multitud sumada plaza por plaza.
A los mítines podrían acudir también los no abstencionistas, los ciudadanos que creen su deber votar o que juzgan ingenua y aun peligrosa esa práctica, pero comparten las demandas de los abstencionistas y su mensaje de fondo: quitarle poder a los partidos y darle poder a los votantes.

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Aspirar a más
Denise Dresser

¿Usted sabe quién es su diputado? ¿Sabe cómo votó durante su paso por el Congreso? ¿Sabe cuántas veces viajó al extranjero y a dónde? ¿Sabe qué iniciativas legislativas presentó? ¿Sabe cómo ha gastado el dinero público que usted le entregó a través de los impuestos? Es probable que usted no sepa todo eso y quisiera sugerir por qué: el sistema político/electoral no fue construido para representar a personas como usted o como yo. Fue erigido para asegurar la rotación de élites, pero no para asegurar la representación de ciudadanos. Fue creado para fomentar la competencia entre los partidos, pero no para obligarlos a rendir cuentas. Fue instituido para fomentar la repartición del poder, pero no para garantizar su representatividad. Y quizás por eso hoy hay tantos mexicanos insatisfechos, descontentos, descorazonados, que no saben por quién votar o si lo harán siquiera. Quizás por eso, como lo revela una encuesta reciente realizada por la Secretaría de Gobernación, sólo 4% de la población confía en los partidos y sólo 10% piensa que los legisladores legislan en favor de sus representados. La población mira a los partidos y ve allí una historia de priización, de complicidades, de organizaciones que dijeron enarbolar algo distinto para después actuar igual. Ve a partidos con algunas diferencias en cuanto a lo que ofrecen, pero con demasiadas similitudes en cuanto a como se comportan. Ve pluralismo en la oferta política, pero mimetismo en el desempeño gubernamental. Ve a partidos corruptos, partidos que se niegan a rendir cuentas, partidos que se rehúsan a reducir gastos, partidos que hacen promesas para después ignorarlas, partidos que en lugar de combatir la impunidad, perpetúan sus peores prácticas. Allí está el PRI montado sobre el corporativismo corrupto y vanagloriándose por ello. O el PAN que prometió ser el partido de los ciudadanos, pero acabó cortejando a Valdemar Gutiérrez, líder atávico del sindicato del IMSS. O el Partido Verde, única opción “ecologista” del planeta que apoya la pena de muerte mientras se vende al mejor postor y financia la farándula del “Niño Verde”. O el PRD, enlodado aún por el “cochinero” de su elección interna y que no logra remontar las divisiones internas producto de su relación de amor-odio con Andrés Manuel López Obrador. O el PT o Convergencia, saltando de alianza en alianza para ver cómo aterrizan mejor. Otorgándose salarios altos, fiesta fastuosas, aguinaldos amplios, viáticos inmensos, exenciones amplias, cónclaves en las mejores playas. Partidos cerca del botín que se reparten, y lejos de la ciudadanía; cerca de los privilegios que quieren preservar y lejos de los incentivos para sacrificarlos. Y ante eso se nos dice que debemos votar por alguno de ellos porque si no, “afectaríamos la legitimidad de la representación política”, cuando en realidad esa representación sólo existe de manera trunca y parcial. Y se nos dice que el sistema de partidos funciona “razonablemente bien”, cuando en realidad funciona muy bien para la clase política, pero muy mal para la ciudadanía. Y se nos dice que el sufragio por alguna de las opciones existentes fomentará el cambio, cuando en realidad sólo preservará el statu quo. Y se nos dice que si anulamos el voto estaríamos desacreditando a las instituciones, cuando en realidad han logrado hacerlo y sin nuestra ayuda. Y se nos dice que debemos buscar verdaderos mecanismos de exigencia para demandar que la clase política se comporte de mejor manera, cuando en realidad no existen. Y se nos dice que anular el voto sería una “táctica ineficaz”, pero nadie propone una alternativa mejor para presionar a políticos -por supuesto- satisfechos con su situación…

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Carlos Loret de Mola
Historias de reportero / El Universal
09 de junio de 2009


Los huérfanos
El voto en blanco ya es un shock al sistema de partidos


Están realmente preocupados. El voto nulo genera reuniones del más alto nivel en IFE, partidos y gobierno. Les alarma la seducción de tachar la boleta como expresión del fracaso de la alternancia: ciudadanos que, habiendo visto a todos los partidos, concluyen que sus diferencias no se notan al gobernar y, al contrario, se igualan en impunidad, ineficacia, corrupción e incumplimiento.
Hay connotadas voces en contra. Critican que no se pueden contar, que no se sabrá exactamente cuántos votos se anularon, pero no miran que el peso no es sólo de número sino de influencia. Comparando el 3% de votos nulos y por candidatos no registrados en 2003 con los que se sumen ahora, se podrá hacer una deducción, pero me sorprendería que llegaran a 6%. Pero son votos que suenan mucho: son el tema de moda en la política, se han ganado espacios en los medios, el IFE los quiere bloquear, los partidos los condenan y no le gustan al gobierno.
Dicen que es el voto inútil. Como si los sufragios anteriores, que han conducido al estado de cosas vigente, hubiesen sido muy útiles. El voto en blanco ya es un shock al sistema de partidos. Y cuidado con los que se lo quieran apropiar presumiéndose como ciudadanos modelo porque el chiste de esta corriente es que no está organizada, es caótica, reactiva, no persigue postulado concreto, no respalda manifiestos ni lleva carga ideológica. Es de izquierda, de derecha y de centro. Esa es su virtud, no su defecto. Que es genuina. Que encuentra vasos comunicantes entre quienes piensan distinto, pero que se unen al sentirse huérfanos de siglas, no representados por ninguna de las opciones. No busca desechar la democracia poniendo como pretexto su mala aplicación por estos partidos, sino emplearla de modo poco ortodoxo para manifestarse. No es no votar; es votar, pero por nadie.
Auguran que no tendrá consecuencias. Eso está por verse. ¿No habrá líder, partido, gobierno interesado en ganarse unos puntos porcentuales de respaldo retomando exigencias que convergen en el hartazgo del voto anulado (reelección de legisladores, rendición de cuentas, sistema de justicia eficaz, candidaturas ciudadanas, revocación de mandato, libertad de expresión)? ¿No habrá quien se apunte a abanderar una causa ciudadana aunque sea por puro interés político?
Advierten que otros decidirán por nosotros. ¿Y votando por un partido se va a terminar eso, que viene siendo práctica desde hace décadas en elecciones sucias y limpias? ¿Vamos a seguir creyendo que con el mismo método la política va a mejorar, sin sacudidas de por medio?
Votar nulo no es desacreditar la política, es sofisticarla. No es tachar de un plumazo el sistema de partidos, es exigir mejores. No es desaparecer a los políticos, sino obligarlos a tener representatividad real. Me parece más democrático que el penoso ejercicio del que ya se habrán cansado algunos: tener que escoger, elección a elección, quién es el menos peor.
SACIAMORBOS
Que se preocupen mejor por el 60% que no cree en nada ni en nadie.

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Exhortan clérigos de Chiapas a votar
Elio Henríquez, corresponsal de La Jornada

San Cristóbal de Las Casas, Chis. En conferencia de prensa, el arzobispo de Tuxtla Gutiérrez, Luis Mendoza Corzo; el obispo de San Cristóbal de las Casas, Felipe Arizmendi Esquivel, y el presbítero Carlos Lomelí, de la diócesis de Tapachula, junto con sus auxiliares y los dirigentes cristianos Elba Hernández Rodríguez, Ernesto Martín Guerrero y Miguel Ceballos Hernández –todos miembros del Consejo Interreligioso–, pidieron a los ciudadanos participar en las elecciones e incluso anular su voto si lo desean, pero no abstenerse, pues el sistema político mexicano necesita avanzar y quedarse al margen es dejar que unos pocos decidan.