martes, 23 de junio de 2009

La batalla de mis huestes

Enrique Alfaro / Columna Rumando

Todos los días concibo la grandeza de Dios cuando me permite peinar suavemente a mis hijos. Inicio la mañana luchando contra la insurgencia de sus cabellos, donde se revela la fina herencia que les he dado. Alzados contra el gel, los gallitos permanecen retadores, estoicos, y me rindo ante la prisa de encaminarlos a la batalla cotidiana contra la ignorancia. No se si le han asestado alguna derrota, pero de todas maneras los mando a sostener las hostilidades contra el oscurantismo. Los veo regresar jadeantes, batidos, en retirada desordenada, pero con una sonrisa cómplice que me asegura que al día siguiente estarán en pie de guerra. Los fines de semana se suspende la beligerancia en el liceo y reinicia en territorio propio. Las huestes se revelan contra el tirano que se les impone por cinco días y se apoderan de todos los armamentos que tengan conexión eléctrica, a cable o Internet. Soy derrotado irremediablemente, pero conservo bajo mi resguardo el gel y el peine. Ya llegará el lunes y entonces tendré el mando absoluto.

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Abducido y trepanado

Iluminan mi rostro más que el sol. Con frecuencia no me cabe la sonrisa en el semblante. Son cuatro personitas y habitan mi casa como fantasmas chocarreros que todo lo mueven, que todo lo reconfiguran, que todo lo cambian y si... que todo lo descomponen. Si les cobrara me deberían hasta sus anteriores reencarnaciones, pero yo sólo estoy rentando un pedacito de cobijo pues el hogar que ocupan es de ellos, con todo lo que me queda de vida. Sospecho que me tienen tomada la medida. Es más, me tienen trepanado y deambulo controlado desde el xbox o desde mi propia computadora. Estoy cayendo en cuenta que en mis sueños son cuatro los pequeños humanoides que me abducen. Hoy pondré doble pasador a mi recámara…