Enrique Alfaro / Columna Rumando
Al abogado Gabriel Soberano Velasco
con motivo de su cumpleaños
Ahora que se discute en Oaxaca e Hidalgo la posibilidad de concretar alianzas entre los partidos de la Revolución Democrática y Acción Nacional, convendría compartir la experiencia chiapaneca.
Como en ninguna entidad, en Chiapas se han experimentado las alianzas más diversas entre iguales y antípodas, entre institutos político-electorales y movimientos armados, entre movimientos civiles y franquicias partidistas.
En 1994 el Partido de la Revolución Democrática se alió con la guerrilla zapatista y con amplio movimiento social y civil. Amado Avendaño, postulado por el PRD, encabezó una amplia movilización de organizaciones campesinas aglutinadas en la Asamblea Estatal del Pueblo Chiapaneco que servían de blindaje al movimiento armado y evitaba fuera aislado y exterminado por el ejército mexicano.
Cientos de organizaciones no gubernamentales también se cohesionaban alrededor del movimiento zapatista y, por lo tanto, igualmente con la candidatura del prestigiado periodista.
A este amplio movimiento lo enlazaban varias características:
a) La amplia simpatía con el zapatismo y su líder carismático.
b) Su identificación ideológica definida en la izquierda.
c) Su profundo antipriísmo y desprecio por el “sistema político mexicano”
También existían profundas divergencias en esta amplia alianza:
a) Mientras los partidos deseaban cosechar votos del movimiento de simpatía prozapatistas y de esa manera concretar triunfos que le permitieran escalar posiciones de poder para transformar institucionalmente la realidad nacional desde el sureste,
b) El EZLN y muchas otras organizaciones radicalizadas deseaban profundizar las crisis del sistema político mexicano para dar paso a una revolución social que derribara las instituciones entonces existentes, entre ellas los propios partidos políticos.
Finalmente estas contradicciones hicieron crisis en la alianza del PRD-EZLN-Movimiento social y, pasado el proceso electoral fraudulento, se separaron entre acusaciones de intentos de negociar el “triunfo” de Amado Avendaño.
La siguiente amplia alianza la habría de encabezar el senador Pablo Salazar Mendiguchía, que encabezaba un movimiento civil denominado “De la esperanza” y que con un fuerte discurso antipriísta consiguió construir su postulación por el PRD y el PAN, que reconocían en el liderazgo salazarista la posibilidad de acabar con la hegemonía priísta en el estado. A esta alianza se le sumó las franquicias del los partidos Sociedad Nacionalista, del Trabajo, Centro Democrático, Verde Ecologista de México, Alianza Social y algún otro que se me escapa, pero que compartían la condición de partidos inexistentes (exceptuando un poco al PT).
En esta alianza se unieron tirios y troyanos, priístas y antipriístas, progresistas y conservadores, en una “emulsión” que se mezcló momentáneamente y que posteriormente dio como resultado una inconformidad general de los antiguos aliados. Sobre las consecuencias de esta segunda alianza hablaremos en la próxima entrega.
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