Enrique Alfaro / Columna Rumando
SE DETUVO para presentármelo cuando lo acompañaba para que tomara el helicóptero que lo regresaría a su tierra. Yo no esperaba el gesto, pero tomó del brazo a su homólogo y lo acercó a mi mesa para saludarme y presentármelo. “Es un artista muy bueno”, me pareció escuchar que le dijo y viéndome a los ojos me soltó la sugerencia: “Deberías hacerle una caricatura”.
El convidado sonrió, apretó fuertemente mi mano, me entregó su tarjeta, y alcanzó a decir: "por favor envíamela, házmela llegar". No podía negarme a la solicitud espontánea. “Lo haré”, alcancé a balbucear. Y la algarabía continuó en la comida celebrada por la Rial Academia de la Lengua Frailescana, ese 16 de enero del presente año.
La escena me pareció como un pasaje de Juan Rulfo, pues algo tuvo de irreal, por inesperado, y porque en una efímera plática se dio una presentación, una solicitud y un compromiso que nadie tenía planeado momentos antes. Simplemente se dio en cuestión de segundos y después desaparecieron todos y regresó la “normalidad” que transcurría bajo carpas que se sacudían ante las embestidas del viento frío que se desataba de manera creciente al caer la tarde. En Villaflores reinaba el polvo lo que me recordaba a mi pueblo natal, a mi origen.
De regreso a la capital del estado cavilé sobre lo sucedido. “Deberé dibujar”, me dije. Pasaron los días mientras las ideas me revoloteaban en la cabeza, como el aire de mi infancia en Arriaga.
* * * * *
Semanas después, frente al hombre moreno —de pelo “colocho”, dirían en mi tierra—, extendí la carpeta económica que contenía el compromiso hecho en Chiapas. Estaba yo en una cena que se celebraba en el puerto de Veracruz. El hombre sonrió y me dijo: “tenía razón Sabines” y halagó mi trabajo. “Compromiso cumplido”, pensé viéndolo reír. Él me exigió mi tarjeta, mis datos. Yo sólo iba preparado con dos cartones sobre su actuar en la política mexicana y alcancé nuevamente a balbucear: “se los hago llegar de inmedia…”. Demasiado tarde. La vorágine lo atrapó y un remolino de gente se llevó al gobernador de Veracruz, Fidel Herrera Beltrán. Volví a recordar a Rulfo, viendo las nubes humanas revolotear como en cielo de Luvina.
¿En que país vives, Enrique Alfaro? Yo sólo alcancé a subir los hombros recordando la tarde azotada por el viento frío, en Villaflores, donde el gobernador Juan Sabines Guerrero me pidió caricaturizar al mandatario jarocho. Al día siguiente de la cena del congreso de locutores, caminé por las calles y la playa del puerto de Veracruz, viendo las palmeras resistir fuertes ráfagas del viento helado que venía de un mar embravecido, cubierto de neblina. ¿Acaso te sigue el aire monero y escribidor desafortunado? Me pregunté nuevamente. Lo cierto es que me quedó la sensación de que el culpable de esta breve historia es el ciudadano Sabines, quién no podrá negar que le cumplí una solicitud espontánea.
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