De novela I
El mundo encima
Enrique Alfaro
Y de pronto llegué a los 41 años de vida, envuelto en un mar de eventos jamás imaginados por mi.Recuerdo que hace un año mencioné el propósito de escribir una novela y el destino me hizo vivirla de manera amarga, innecesariamente cruel.¿Merecida? Seguramente.Pero es el daño colateral el que más duele, el que taladra el alma, el que deja marca permanente en el carácter (si algo queda de él).Decía yo que mis hijos se criaban como animalitos amarrados al refrigerador y sigue siendo un hecho cierto, sólo que ahora están bastantes más creciditos y con un hambre que sólo puedo juzgar de ancestral, acumulada de tiempos inmemorables, inscrita en lo más recóndito de su código genético.Pero la circunstancia es que seguimos ahí a un año de distancia, abollados, magullados, algo adoloridos, pero vivos y más juntos que nunca.¿Había necesidad de que la vida los hiciera madurar prematuramente? Yo diría que no, pero la hiel les fue dada sin que se les pidiera consentimiento, sin que pudiera yo evitarlo, siendo talvez responsable de ella.Y la vida continúa, pese a lo profundamente común y odioso del lugar. Enrique, Jesús y Andrés son ahora, en mi consideración, unos viejos muy jóvenes. Aún cuando su plática es la misma, en ocasiones se ponen serios, extrañamente sensatos y hablan de la vida como adultos. Que si es dura y desalmada, que si hay que enfrentarla y vivirla como se presente, que si ya no hay tiempo para llorar sino acaso para resignarse. ¡Que cruel es el lenguaje de los adultos en boca de los menores!Sospecho que estos enanos me crecieron sin tener circo. El moreno debió consumir abono porque desde los doce años esta de mi tamaño y corpulencia. Ya tiene meses que abandoné la costumbre matutina de orinar en grupo con ellos porque en este mundo feroz, de competencia implacable, he comenzado a quedar atrás por no decir superado..Enrique júnior me ha demostrado hasta la saciedad que no soy rival en el ajedrez. Ciertamente mi pequeña fama de buen ajedrecista es inmerecida (sin embargo cree aún que le gano en el juego y que mi desinterés por competir es para no avergonzarlo). La voz le empieza a fallar, síntoma inequívoco del inicio de su adolescencia y su delgadez está desapareciendo para dar paso a un “embarnecimiento” que engrosa sus extremidades.Andrés, el menor, está donde el amor de los hermanos lo guía. Separarlos sería una crueldad. Ama a sus hermanos tanto que puede pelear todo el día con ellos hasta llegar la noche. El odio desaparece luego y termina enmarañado entre almohadas y sabanas y metido en las costillas de uno de ellos. Inicia su sueño en su propia cama y amanece abrazado de alguno de los mayores. Por supuesto, ninguno reclama.Con el mundo encima, los Alfaro viven su realidad. El padre pagando sus culpas, los hijos padeciendo las consecuencias...¿Los merezco? Sinceramente no creo. Pero agradezco a Dios haberme dado estos hijos y que permanezcan conmigo.
De novela II
El mejor de los padres
Enrique Alfaro
El día del padre coincidió con el onomástico de Jesús. En su festejo le recordé la anécdota de su hermano Enrique.Resulta que aún siendo un estudiante de preescolar pasé por el y lo llevé a una de las tiendas departamentales de moda donde le compré un juego que me llamó la atención por lo evidentemente didáctico. Luego de salvar la caja de pago le permití romper la envoltura y pudo apreciar el regalo: un abecedario parlante que bastaba con oprimir una de las letras para que dictara el nombre de misma, su pronunciación y varios ejemplos de palabras que iniciaban con ella. Además los números eran musicales.Mi pequeño hijo descubrió todas las bondades del juego de golpe. Volteó a verme con los ojos iluminados, un tanto llorosos, y me soltó a boca de jarro: “eres el mejor de los padres que he tenido”.Debo confesar que hasta la fecha sigo inconforme con el agradecimiento de mi hijo.Pero exactamente un mes después del cumpleaños de mi “chabelón” arribo a los 41 años. El 15 de julio para ser preciso.Siempre me ha provocado algo de depresión el sumar años a mi vida (¿se le puede llamar así a la sucesión de eventos que me han atropellado por poco más de cuatro décadas?). Pero la visita de mis amigos y familiares termina por levantarme el ánimo y se esfuma mi sobriedad deprimente.Me reencontré con el libro de Pablo Neruda Confieso que he vivido. Y a pesar de los pesares agradezco el existir como la entelequia que soy, el ente que preexiste, la substancia que habito.Este año me propongo voltear hacia adentro, escudriñar en el pasado latente y volcarlo, revolcarlo con furia, para luego reconciliarme con el. Espero que me de concesiones y termine por guiñarme atisbando el futuro.Entonces le podré gritar a mis hijos: ¡He aquí el mejor de los padres!
De novela III
La novia de mi hijo y el gusto por el dibujo
Enrique Alfaro
Humberto solo tiene 9 años pero ya tiene interés en una amiguita del salón. Hace unos días me contó que finalmente le dijo que la quiere. Me sorprendió su atrevimiento y valor, pero me aclaró las circunstancias.En la hora del recreo se plantó frente a ella y le soltó a boca de jarro: ¡Te quieee....! y corrió sin poder concluir la frase traicionado por los nervios.Después, poco antes de salir de clases, retomó bríos y deteniéndose nuevamente frente a ella le dijo: ¡Rooooooo!Últimamente ha abandonado el gusto por el dibujo, pero eso obedece al hecho simple de que no me ha visto bosquejar. Invariablemente lo hace al mismo tiempo que me ocupo en la elaboración de algún cartón político, pero gusta usar recortes de personajes políticos para crear sus propias historias, sus propias caricaturas.Ya le he dicho que es posible vivir del oficio de caricaturista siempre y cuando haga una solo comida al día evitando el desayuno y la cena (se sonríe y creo que no muy me hace caso).Mi padre dibujaba muy bien. Recuerdo que de memoria dibujaba en el pizarrón una célula con todos sus detalles y componentes. Usaba gises de colores y por lo mismo siempre andaba manchadas las bolsas del pantalón donde los guardaba.Una ocasión tuve el atrevimiento de reprobar la materia de dibujo en la secundaria técnica a la que acudía en mi pueblo natal (Arriaga, capital del mundo). Me dio mucha pena con mi progenitor porque el era profesor de esa misma escuela y amigo personal de quién impartía la clase que tuve que aprobar en un examen extraordinario.¿Quién habría de imaginarse que algunos años después me dedicaría al dibujo de manera profesional y ganaría algunos reconocimientos? Pero el bochorno aún no se me quita.Ya en la preparatoria, al participar en una huelga, dirigí mis trazos al directivo del que exigíamos su renuncia inmediata. El original de la caricatura lo coloqué en el periódico mural acompañando los recortes de los periódicos que daban cuenta de la protesta estudiantil. El paro concluyó de manera fracasada. Ni el directivo se fue y sólo corrieron a unos pocos de los estudiantes rebeldes (entre ellos yo).Mucho tiempo después, unos amigos periodistas me llamaron para contarme que se encontraban en un conocido bar tomando unos tragos. Me pusieron al teléfono a “un viejo conocido” que me quería saludar. No pude reconocer la voz que me hablaba con familiaridad y tuve que pedirle que se identificara.–Alfaro, soy Roldán. Durante muchos años conservé la caricatura que pegaste en el periódico mural de la escuela. Ahora lo he perdido ¿Podrías volver a dibujarla para que la siga conservando? El directivo siempre había guardado el cartón elaborado por el joven huelguista, aprendiz de dibujante.
De novela IV
El Siempreviva
Enrique Alfaro
Don Juanito era el velador de las instalaciones de la editorial Ámbar. El periodista arriaguense, Juan Balboa, era director de la revista y el escritor yajalonteco, Oscar Palacios, del semanario.Con frecuencia trabajada hasta la madrugada en la producción del hebdomadario por lo que me retiraba en taxi a mi domicilio pocas horas antes del amanecer.Una ocasión estando a la espera del auto de alquiler me puse a platicar con don Juanito. Me contó la historia de un conocido suyo al que apodaban “El Siempreviva”. El sobrenombre se lo había ganado porque luego de algunos años de dedicarse a consumir bebidas alcohólicas (era teporocho, pues), vivió un episodio poco común.Los amigos bolos de este personaje le casaron una apuesta: debía consumirse una botella de licor barato de un solo trago. Dicen que preguntó a cuantos pesos ascendía lo reunido, miró fijamente el envase del alcohol de caña, apreció la transparencia del contenido, valoró el cuerpo de la bebida, levantó una ceja con gesto de Pedro Armendáriz y la hizo enteramente suya.Para sorpresa de los comensales (¿o bebensales?), bastó una sola tragantada para que el contenido virtuoso escaseara, quedando la botella desamparada, íngrima, vacía como la cabeza de Fox.Miradas de admiración le rodearon, los presentes callados hacían patente el respeto a esa garganta prodigiosa, única. Sólo una voz se atrevió a interrumpir:–¿Querés otro trago, compa...?Jamás estuvo tan lúcido como en esa ocasión cuando, alisándose los espesos bigotes caídos, contestó con seguridad:–Ya no más. Es la hora de partir...Y tomando el dinero de la apuesta, se encaminó por las veredas del río Sabinal. Dicen que pensando en las delicadas trenzas de su María Candelaria, que seguramente a esas horas estaría vendiendo flores en su barca bajo el candente sol.Pronto la mirada se le nubló. Sin chinampa donde caerse, se vio desfallecer sobre el profundo canal de Xochimilco. Lo cierto es que no cupo en la pequeña zanja de un metro donde corren las pestilentes aguas que alimentamos todos los tuxtlecos y se dio un ranazo en el encementado.Los amigos, a lo lejos, vieron derrumbarse esa institución del trago, ese templo de Baco y corrieron a su auxilio. No se le acabó el combustible, se le esfumó la vida, dijeron los de la Cruz Roja. Nada que hacer. Una baja más del Batallón de la muerte.Pronto avisaron a la viuda que vivía en Terán. El féretro era sencillo pero digno. La velación transcurría con normalidad. La mujer desamparada lloraba sin contención. “Sólo a la lluvia le permitimos llorar tanto”, diría mi amigo poeta Wlbester Alemán.Y de pronto sucedió lo acontecido (¡Ni se atrevan a criticarme¡ Si los chiapanecos decimos “mucho muy” ni modos que yo no pueda decir lo anterior. O es mucho o es muy dice el antropólogo Andrés Fábregas, pero seguimos diciendo “mucho muy” y no pasa nada en Chiapas).Decía yo que sobrevino lo inesperado: Justo cuando los rezos concluían, el ataúd se abrió y de él asomó el más pálido y tenebroso rostro que pueda poseer un humano. Algunos alcanzaron a ver a la viuda salir corriendo, otros ni eso vieron en su desesperación por alejarse del lugar. Todos se hicieron ojo de hormiga.Sin más ayuda que sus menguadas fuerzas, el resucitado se bajó del cajón como pudo y alcanzó a caminar unas cuadras antes de encontrar un aguaje donde curar su espantosa cruda. Se bebió dos frías y regresó a la inconciencia.Otros dos días dilató en despertarse sin recordar nada. Luego de que le contaron que ya estaba muerto y que de entre los difuntos había regresado exigiendo su caldo de chuti, el hombre se encontró a si mismo y decidió, con la más grande serenidad que pueda poseer un individuo, dejar de tomar de una vez y para siempre...Desde entonces, me decía don Juanito, cada que lo vemos le gritamos ¡Siempreviva! Y el nos responde el saludo con una sonrisa nostálgica.La historia me gustó y se la fui contando, con lujo de detalle, al taxista que me conducía finalmente a mi casa. Él, callado, dejó que concluyera y cuando me disponía a descender de su auto, me dijo:–Todo es cierto. Así me dicen desde entonces...De golpe caí en cuenta que el conductor era precisamente el personaje de la historia que me acababan de contar. El Siempreviva me había conducido a mi domicilio y yo, segundos antes, dudaba de la veracidad del relato. ¡Bendito velador! Nunca me advirtió que el resucitado trabajaba de taxista.A propósito, mientras trabajé en Ámbar, por estas fechas celebrábamos a profundidad. Se juntaba el cumpleaños de Balboa, del licenciado Narcía y del susodicho autor de estas líneas. Luego de sobrevivir a tres días de enjundiosa fiesta, terminaba yo con el mismísimo rostro del Siempreviva recién salido de su féretro ¡Qué tiempos!Posdata: El directivo escolar del que hice referencia en la anterior colaboración apellidaba Salazar Mendiguchía ¿será por eso que me fue mal todo el sexenio pasado?
De novela V
El delincuente que soy
Enrique Alfaro
Sospecho que tienen razón los que sostienen que soy un malviviente. Me he puesto a recordar mi historial de delincuente y me he sorprendido ingratamente.La primera vez que fui detenido aún no me salía bigote. La acusación debió ser por delincuencia organizada porque fuimos sorprendidos en pleno hurto, con las manos en la maza...Aun cuando no encabezaba el grupo de transgresores, era yo parte importante del mando. Esa noche, como en otras anteriores, fuimos convocados a la guarida. Ahí sobre unas inmensas piedras acumuladas en la esquina de mi casa, bajo la tenue luz del poste, discutimos los detalles del plan: “Vamos todos en bola, los más pequeños echan aguas, regresamos corriendo y nos repartimos lo robado”.El procedimiento había demostrado su efectividad en ocasiones previas. Partimos en fila india. Los mayores por delante.A las afueras del mercado se instalaban los puestos de sandia. Al atardecer cubrían los rimeros con inmensas mantas blancas. Obviamente, los veladores eran insuficientes para cubrir los tres grandes costados del mercado de Arriaga.Esperábamos a que los guardianes dieran vuelta en algunas de las esquinas y entonces rápida y sigilosamente nos desplazábamos hasta las pilas cubiertas, tomábamos los grandes frutos ocultos bajo las mantas y desaparecíamos sin que las miradas indiscretas nos identificaran.Esa ocasión advertimos que faltaba un velador por lo que la tarea se hizo más sencilla. Con mucha facilidad nos deslizamos hasta los montones de sandias y metiendo mis infantiles manos bajo la manta, jalé la más grande. Para mi sorpresa el fruto no se movió y solo escuché un gemido. A cada nuevo intento por separar la sandia del suelo le sucedía un quejido cada vez mas intenso. Fue entonces que uno de mi compinches cayó en cuenta de lo que sucedía: ¡Le vas a arrancar la cabeza al velador!, me gritó apanicado.No tuve tiempo de huir. El vigilante, aún adormilado, me sujetó las manos antes de que yo pudiera cercenarlo. Los demás se quedaron en solidaridad con el ladrón atrapado. Nos condujeron hasta la comandancia y la regañiza fue nada ante la gran puteada que nos recetaron nuestros padres al ir a “liberarnos”. Esa noche no puedo olvidarla porque dormí con hambre de sandía y porque así empezó mi carrera delictiva.
De novela VI
Nuestro querido Pablo en Tuxtla
Enrique Alfaro
No me dejará mentir Víctor Manuel Pérez López ni David Santiago Tovilla pero por circunstancias políticas nos tocó convivir con nuestro querido Pablo Milanés por varios días en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez. Logramos fraternizar al grado de acompañarlo en largas veladas que invariablemente terminaban en la madrugada con la degustación de hot dogs gratuitos en la esquina del parque Santo Domingo. Llegamos, incluso, a mentarnos la madre.Víctor, David, Alfredo Sánchez y Francisco López “Uncafaecsa” integrábamos una brigada que denominábamos “Compa Campa” en honor al histórico dirigente obrero Valentín Campa Salazar, el comunista mexicano más encarcelado por su activismo político en sindicatos.En ese entonces formábamos las filas de la juventud del recién creado Partido Mexicano Socialista, fusión de los partidos Mexicano de los Trabajadores, Socialista Unificado de México, Patriótico Revolucionario, Unidad de Izquierda Comunista, Movimiento al Socialismo, Organización de Izquierda Revolucionaria-línea de masas, entre otras organizaciones.Nos llamaron de la ciudad de México para avisarnos de que llegaría una brigada para sumarse a la campaña presidencial que desplegábamos en Chiapas a favor del ingeniero Heberto Castillo Martínez. Nunca imaginamos que Pablo vendría como integrante de la misma.Llegaron a las oficinas del PMS en una combi destartalada acondicionada como dormitorio y bodega de galones de pintura que se usaban para las “pintas”. En cuanto descendieron vieron la sorpresa en nuestros rostros. Su melena ensortijada sobre su amplia cara negra que sostenía sus lentes sobre su nariz negroide, lo hacían lucir más robusto. Aunque permanecimos mudos, puedo jurar que todos exclamamos en nuestra mente: ¡Pablo Milanes!Los recién llegados se rieron de nuestra expresión y nos advirtieron:– Imaginamos lo que están pensando.– No. No es Pablo, pero llámenlo así si gustan. Ya está acostumbrado.El parecido era brutal. Dos gotas de agua. Se podía jurar que eran gemelos. El Pablo Milanes mexicano estaba entre nosotros.Repuesto de la impresión, pronto la convivencia se volvió intima. De regreso de las largas jornadas de “pintas” por el centro del estado, con la tranquilidad de la tarea hecha, luego de conseguir no ser aprehendidos por las policías municipales, caíamos en la primera provocación:– Yo invito la primera, ¿quién va por ella?... Y la fiesta se armaba porque todos cooperaban para ir por varias caguamas de una vez.Ya entrada la noche, el hambre apretaba y lo invitábamos a comer hot dogs en el puesto de la esquina. Ya sin dinero, todo era plan con maña.En lo que consumíamos los primeros “perros calientes” provocábamos la plática sobre el “canto nuevo” y le empezábamos a llamar Pablo a nuestro Pablo, que se sonreía al adivinar nuestros planes. Mencionábamos en voz baja sobre la importancia de mantener en el anonimato su estancia en Chiapas, hasta que lográbamos resultados: Algunos de los comensales terminaba por “reconocerlo” y entonces preocupados le presentábamos a Milanes suplicándole que guardara discreción sobre su presencia. Felices nos pagaban el consumo conformándose con un autógrafo de nuestro artista incógnito. Invariablemente, la cena nos salía gratis y Pablo nos terminaba puteando con cariño:–¡Pinches cabrones!, me usan.Una ocasión mientras degustábamos unas caguamas decidimos cocinar un pollo enlatado que enviaban organizaciones no gubernamentales a las comunidades marginadas que pertenecían a la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC), pero el gas de la estufa se había terminado y era necesario cambiar el cilindro. Pablo se ofreció y para nuestra sorpresa, luego de instalar el tanque, abrió la válvula y acercó el fuego de un encendedor. Por instinto todos corrimos a ocultarnos de la explosión cuando vimos prender fuego a la conexión, pero no pasó nada. Nos explicó que la llama indicaba que aún existía fuga y siguió apretando la rosca hasta que no hubo más flama.–No se espanten. En el estado de México trabajo como repartidor de gas y esto es lo más común que hago todo el día. Instalo decenas de cilindros de gas...Y nos contó de las penas y glorias que sufría por su parecido con el afamado cantante cubano. “por ratos me abruma”, nos confesaba.—La última chingadera me la hizo mi jefe, el dueño de la gasera. Cumplió aniversario la empresa y celebró con un fiestón al que estuvimos invitados todos lo trabajadores. Yo llegué ya tarde y al ingresar al salón empecé a saludar a los cuates. En eso estaba cuando oigo que anuncian por el sonido: Señoras y señores, anunciamos el arribo del invitado de honor. Solicitamos al cantante Pablo Milanés que tome su lugar en la mesa principal... ¡Ya empezó mi jefe con sus fregaderas!, pensé. Y efectivamente, me tuve que acercar a saludar a los invitados especiales, amigos importantes del dueño. Abracé a mi patrón y le dije al oído: Usted sabe que no soy Pablo Milanes, ¡no me chingue jefe! Se sonrió y me contestó: “Usted aguante callado o lo corro del empleo. ¡Siéntate a mi lado mi querido Pablo!”. Sólo falta que me hagan cantar, rumiaba yo preocupado, pero no pasó nada. La fiesta transcurrió, me hicieron dirigir un saludo revolucionario, y a la salida de salón ya me esperaba una multitud para pedirme autógrafo. Tuve miedo de tanta gente, pero repartí saludos y abrazos ante la felicidad evidente de mi patrón.La campaña presidencial naufragó. Heberto declinó por Cuauhtémoc Cárdenas. Los hebertistas nos desilusionamos. Nuestro querido Pablo se regresó con su brigada a Distrito Federal. Al despedirse le pedimos un autógrafo. Entonces nos contó que durante años había repartido firmas a nombre del cantautor cubano, pero que su hermana se encontró al verdadero Pablo Milanés en el aeropuerto de la Ciudad de México y le pidió un autógrafo. Se sorprendió cuando se lo mostró: Nunca firmaba con su nombre sino que plasmaba una especie de garabato que la hacia de rúbrica. ¡Y pensar que el había repartido miles de saludos revolucionarios enteramente falsos! ¡Salud, mi querido Pablo!
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