Enrique Alfaro / Columna Rumando
A pocos días de efectuarse la jornada electoral para elegir a diputados federales, los clase política (incluidos los partidos y las autoridades electorales) nos venden una realidad llena de complejos y síndromes.
El primer gran complejo lo revelan los partidos políticos que se comportan como maridos machos que gritan bravuconamente que a ellos “nadie los deja”, que “nadie puede dejar de quererlos así como así”, que “no van a permitir que se les abandone”.
Los dirigentes partidistas han montado en cólera y lanzan amenazas y descalificaciones en contra de quienes se atreven a insinuar que puede acabarse el amor partidista y la afinidad ideológica, por tanto desprecio y ultraje a sus votantes. “El afecto ciudadano solo puede ser nuestros y de nadie más”, concluyen provocadoramente.
Por otra parte, el síndrome de la mujer golpeada lo presentan los ciudadanos de buena fe y los interesados que aseguran que “nada se puede hacer más que seguirlos soportando” porque así son los partidos y “debemos acostumbrarnos a ellos”.
“No importa que siempre nos engañen, que no nos cumplan, que nos desprecien y malgasten nuestro dinero, porque nuestro destino es seguirles siendo fieles”, sostienen este tipo de votantes que mansamente ejercerá su voto con lágrimas de impotencia.
Por su parte las autoridades electorales, como oportunas consejeras matrimoniales, recomiendan: “A costado mucho construir esta relación, no debes de hacer nada que pueda ponerla en peligro. Entre más pronto te resignes a su maltrato, mejor entenderás que son lo menos peor”.
Y en un mar de justificativos y racionalizaciones se entregan masoquistamente a sostener una relación disfuncional que daña la salud de nuestra incipiente democracia.
Yo no deseo participar de este lastimoso drama electoral. Ni acepto los reclamos machistas de los partidos ni ser parte del síndrome de la mujer golpeada. No soy masoquista, ni me trago los consejos de tutores electorales que me dicen que no debo desperdiciar mi voto.
Creo sinceramente que las autoridades responsables de organizar los comicios federales deberían informar a los electores sobre el valor y la utilidad del voto a los partidos “emergentes” como delicadamente denominan a los partidos pequeños.
Por ejemplo: en el año 2003 cada uno de los votos que obtuvo el Partido de la Sociedad Nacionalista tuvo un costo de mil 410 pesos y no sirvieron para que alcanzara su registro. Ese negocio denominado PSN, sólo sirvió para que se enriqueciera impunemente la familia Riojas. Eso sí fue desperdiciar el voto y los impuestos de los mexicanos.
Hoy los partidos no están decididos a cambiar, pero nos piden que votemos por ellos para no afectar y deslegitimar la representatividad política, que ellos vienen deslegitimado desde hace tiempo. Eso es precisamente lo que quiero gritarles: que no me representan y que exijo cambiar las reglas del juego para que los ciudadanos seamos tomados en cuenta en la vida pública y electoral de este país que también es mío.
El cinismo partidista es tan grande que no son capaces –ni quieren– respetar la ley electoral que recientemente aprobaron para su beneficio. En el presente proceso ya encontraron todas las formas de violar el nuevo marco legal y luego salen a regañar a los ciudadanos que pretenden reclamarles con su voto.
No voy a desperdiciar mi voto; no se los voy a conceder por ningún motivo. Voy a anularlo para decirles, con todas sus palabras, que no me representan y que reclamo modificar las leyes e instituciones electorales para garantizar una mayor participación ciudadana en los procesos y en la representatividad política de la nación.
miércoles, 1 de julio de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario